Entre cóncavo y convexo: Él y yo...y viceversa.
A veces me pregunto cómo funciona. Cómo puede ser que entre tanto caos que me habita, él no se pierda. Cómo hace para no salir corriendo cuando mi lava amenaza con arrasar todo. Y entonces lo veo. En silencio, firme, con esa calma que no es indiferencia, sino presencia. Su templanza no niega el fuego, lo acompaña. No me apaga, me sostiene. Sabe cuándo dejar que arda y cuándo poner la mano en mi hombro, apenas, para recordarme que puedo bajar la guardia. Él no es un refugio, es raíz. Late hacia abajo, hacia adentro, mientras yo intento desafiar el cielo con cada chispa. Yo soy la pólvora, el impulso, el estallido. Él, la raíz efervescente que no se ve, pero que da vida. No somos iguales, ni lo intentamos. Yo soy quimera, vértigo, preguntas sin respuesta. Él, la pausa, la brisa de un otoño que no busca brillar, pero se deja sentir. Chocamos, a veces, no hay ideal. Hay ajustes. Hay días de fricción, de desencuentro, de silencios tensos. Pero también hay escucha, hay risas inesperadas, hay...