domingo, 14 de diciembre de 2025

Nada fue en vano.

Se va acercando el nuevo año
y yo ya voy coqueteando con los sueños
como quien sabe que no todo se concede,
pero igual se atreve.
Me miro hoy, con mis 53 pirulos bien puestos,
no para pedir disculpas
sino para hacer inventario de guerra.
Estoy medio aguerrida, sí,
con curitas repartidas por el cuerpo
como banderas de batallas que no quise esquivar.
Ninguna fue en vano.
Porque de cada herida brotó una flor
y no una de esas prolijas de postal,
no.
Flores salvajes,
de raíz terca,
de esas que crecen donde nadie apostaba vida.
Cada marca me recuerda
los momentos en que tuve que adolecer
para no desaparecer.
Los días en que bajar la cabeza
era más fácil que sostener la mirada.
Pero la levanté.
Y aprendí a abrazarme
con la misma intensidad con la que abrazo al mundo,
sin mezquinar ternura
ni pedir permiso para sentir.
Ya no cartoneo ilusiones.
No junto migajas de promesas ajenas,
no remiendo sueños rotos de otros
para ver si alguno me queda.
Las quiero realidad,
con peso, con vértigo, con riesgo.
Las quiero mías.
Porque soy como un barrilete de colores,
de esos que no obedecen del todo al hilo,
que se enredan, caen, vuelven a subir
y hacen piruetas cuando el viento se pone bravo.
Gambeteo deseos
en cada estrella fugaz
sin bajar la mirada,
sin negociar el brillo.
No llegué hasta acá para achicarme.
Llegué para volar
con cicatrices visibles,
flores abiertas
y sueños que ya no piden permiso
para existir.

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