Es la mesa, abundante o austera, que igual convoca; los abrazos que llegan tarde pero llegan; las ausencias que se sientan en silencio y también brindan.
Es la esperanza cansada, algo golpeada, pero terca, que insiste aunque se le note el desgaste.
Es una noche en la que medimos menos lo que logramos y más todo lo que resistimos.
Donde lo pequeño cobra un valor inmenso, una risa compartida, un pedazo de pan, una mirada que se queda un segundo más y nos hace sentir vistos.
La Nochebuena es una tregua emocional, breve pero necesaria, en un mundo que casi no da respiro.
Para mí, es ese recordatorio íntimo de que, aun rotos, aun con cicatrices frescas o viejas, seguimos eligiendo encontrarnos. Aunque sea por unas horas, aunque sea en silencio.