Se vieron de nuevo.
Ni buscado, ni previsto. Fue de esas casualidades que parecen tener escrita una cita secreta en algún calendario invisible.
Habían pasado años, el tiempo les había hecho crecer cicatrices y arrugar las certezas.
Él traía en la mirada un cansancio que no tenía entonces; ella llevaba en la sonrisa una nostalgia que no sabía esconder.
No hubo reproches, no había lugar para eso. Solo un silencio primero, ese que dice más que cualquier palabra. Después, una risa breve, torpe, como si los relojes se burlaran de ellos.
Hablaron de todo y de nada, del trabajo, de los hijos, de las historias que nunca terminaron.
Pero en el aire, flotaba lo otro...esa pregunta muda que ninguno quiso pronunciar: ¿qué hubiera pasado si…?
No se tocaron, pero los ojos sí.
Y ahí estuvo la verdad: seguían siendo ellos, aunque el mundo los hubiera dispersado.
El encuentro duró lo que duran los destiempos, un suspiro largo, una eternidad breve.
Cuando se despidieron, no hubo promesas.
Solo esa sensación agridulce de haber tenido el valor de mirarse de nuevo y la cobardía de volver a soltarse.
Al alejarse, ambos pensaron lo mismo sin saberlo...
Quizás no era el momento de encontrarnos...quizás nunca lo sea... O quizás lo fue, precisamente, ahora.
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