Lo que se mueve en el silencio.

Lía y Mateo llegaron al claro justo antes del anochecer. No era un viaje común. Habían sido invitados por Alba y Simón, dos amigos que creían que la única forma de descubrir algo profundo era desconectarse del mundo por unos días.

—Este bosque tiene algo raro —les había dicho Alba—. No mágico, no espiritual, pero... te obliga a escucharte. Y a veces, eso basta para cambiar.

La primera noche fue silenciosa. El grupo se acomodó alrededor del fuego. Simón, el más escéptico, rompió el hielo.

—Espero no encontrarme con “mi yo interior” esta noche —rió—. Sólo vine por la caminata y la comida.

Alba le lanzó una ramita con complicidad.

—¿Y si tu yo interior te encuentra primero?

Todos rieron, menos Lía. Ella observaba. No sólo a ellos, también al fuego, a los árboles, a lo que no hablaba.

Más tarde, cuando las estrellas ya formaban caminos en el cielo, Lía habló.

—No es bueno creer al cien por ciento —dijo, sin mirar a nadie—. A veces dejar un margen de duda es tener conciencia de que nada es como parece. Y, al mismo tiempo, de que nada deja de parecer.

Hubo un silencio, distinto al anterior.

—¿Eso no es rendirse? —preguntó Simón, frunciendo el ceño—. Yo creo en lo que se puede comprobar. Todo lo demás es sospechoso.

—Y yo creo en lo que se siente —dijo Alba suavemente—. A veces, lo que no se puede explicar es lo único que permanece.

Mateo tomó una rama, movió las brasas, y dijo:

—Tal vez ninguno tenga toda la razón. La fe sin duda se vuelve fanática. Pero la razón sin misterio... se vuelve fría.

—¿Entonces en qué creemos? —insistió Simón, más serio.

—En lo que se mueve en nosotros cuando todo lo demás calla —dijo Lía—. En eso que no necesita pruebas, pero tampoco impone verdades. En lo que sentimos cuando no estamos ocupados en defender una idea, sino en habitarla.

Esa noche, ninguno durmió igual. Simón no encontró certezas, pero por primera vez en años, sintió algo parecido a curiosidad. Alba soñó con fuego y raíces. Mateo escribió en su libreta cosas que no entendía del todo, pero que necesitaba dejar salir. Y Lía... Lía no buscaba respuestas. Sólo quería seguir escuchando lo que el silencio le contaba.





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