Lo que nos mantiene a flote ~
Vivimos en una época donde la velocidad se ha vuelto virtud, y la pausa, casi un acto de rebeldía.
Las formas de comunicarnos han mutado con tal rapidez que lo que ayer era lenguaje, hoy es ruido o anacronismo.
Pareciera que quien no se adapta al ritmo impuesto —por la tecnología, por las redes, por los sistemas— queda rezagado, invisible, fuera de juego.
Las palabras, otrora portadoras de sentido profundo, han cambiado su peso; ahora flotan livianas, intercambiables, a veces huecas.
Frente a este vértigo, cabe preguntarse: ¿qué nos mantiene a flote?
¿Qué ancla permanece cuando todo parece correr sin dirección?
Quizás la respuesta no está en lo externo, sino en una interioridad que se niega a desaparecer.
En ese núcleo humano que, aunque bombardeado por estímulos, aún anhela comprensión, verdad, trascendencia.
Lo que nos mantiene a flote no es la habilidad de seguirle el paso al mundo, sino la capacidad de detenernos a preguntarnos para qué caminamos.
No es la cantidad de palabras que decimos, sino la intención con la que las pronunciamos.
Nos sostiene la conciencia de que hay algo en nosotros que no puede digitalizarse:
la necesidad de sentido, el deseo de
Vivimos en una época donde la velocidad se ha vuelto virtud, y la pausa, casi un acto de rebeldía.
Las formas de comunicarnos han mutado con tal rapidez que lo que ayer era lenguaje, hoy es ruido o anacronismo.
Pareciera que quien no se adapta al ritmo impuesto —por la tecnología, por las redes, por los sistemas— queda rezagado, invisible, fuera de juego.
Las palabras, otrora portadoras de sentido profundo, han cambiado su peso; ahora flotan livianas, intercambiables, a veces huecas.
Frente a este vértigo, cabe preguntarse: ¿qué nos mantiene a flote?
¿Qué ancla permanece cuando todo parece correr sin dirección?
Quizás la respuesta no está en lo externo, sino en una interioridad que se niega a desaparecer.
En ese núcleo humano que, aunque bombardeado por estímulos, aún anhela comprensión, verdad, trascendencia.
Lo que nos mantiene a flote no es la habilidad de seguirle el paso al mundo, sino la capacidad de detenernos a preguntarnos para qué caminamos.
No es la cantidad de palabras que decimos, sino la intención con la que las pronunciamos.
Nos sostiene la conciencia de que hay algo en nosotros que no puede digitalizarse:
la necesidad de sentido, el deseo de encuentro, la búsqueda de belleza, la memoria afectiva, la ética del cuidado.
En un mundo donde todo tiende a acelerarse, mantenerse a flote es, quizás, un acto de resistencia filosófica:
es afirmar que el valor no siempre reside en lo nuevo, sino en lo verdadero;
que no todo debe ser útil para ser valioso;
y que en medio del ruido, el silencio —cuando es habitado— puede ser el lenguaje más profundo de todos.
No es la "verdad" , tan sólo la verdad de mi pensamiento que se rehúsa a los emojis e invierte en la vuelta de las emociones que se palpan. Estar de acuerdo o no ya es parte de otro juego...
#adrianablanche #pensamientos
#LoEsencialEsInvisible
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