A kilómetros del cuerpo, a centímetros del alma.
No era una historia sencilla. No era la clase de amor que se escribe con mates compartidos todas las mañanas ni con manos entrelazadas en los silencios de la ciudad. Era una épica de los tiempos modernos, donde el amor no caminaba, viajaba.
Kilómetros de asfalto, cielos y ausencias se interponían entre dos cuerpos que no sabían olvidarse. Y aún así, cada mensaje, cada llamada, cada mirada que cruzaba la barrera fría de una pantalla, era un conjuro, una afirmación rotunda: “Estoy. Te elijo. Aunque duela, aunque tarde.”
Ella, de intensidad, de fuego, y él de abrazos como anclas, tenían el corazón hecho de tacto. Ella necesitaba piel, no solo palabras. Pero algo en esa historia le devolvía la fe. Porque él, sin estar, estaba. Porque su amor se notaba en la lejanía, y eso... eso era más real que muchos que han estado siempre al lado y jamás han sabido sentir.
La distancia probaba, tensaba, desafiaba. Pero también tejía puentes, afinaba los sentimientos, dejaba claro lo que era verdadero.
Porque él la amaba a kilómetros, pero se notaba...a centímetros.
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