La vida sin Internet.( para mí )
Era más simple. Más fluida. Más pensante.
Y no lo digo con romanticismo ciego, sino con la certeza de quien vivió ambas épocas y puede notar las diferencias sin necesidad de filtros ni algoritmos.
Simple, porque si queríamos vernos, lo hacíamos. No había que coordinar cinco horarios distintos ni mandar un mensaje que se pierde entre memes y stickers. Bastaba una llamada, un grito desde la vereda, un timbre. La reunión sucedía sin necesidad de confirmar con un emoji.
Fluida, porque no existía esa ansiedad constante por estar en todo, por no perdernos nada. No teníamos que responder al instante, ni estar disponibles 24/7. Había más espacio para el deseo, para la espera, para el encuentro real. Lo que se hacía, se hacía con presencia. Lo que se hablaba, se escuchaba sin notificaciones interrumpiendo.
Pensante, porque el tiempo era otro. Las ideas nacían en silencio, en los márgenes de un cuaderno, en la repetición de una palabra escrita con birome hasta que cobraba sentido. Había espacio para el aburrimiento, y en ese vacío, la mente jugaba, conectaba, creaba. Hoy, en cambio, buscamos validación externa: le preguntamos a la Inteligencia Artificial si lo que pensamos está bien, si lo que sentimos tiene lógica, si vale la pena expresarlo. A veces, hasta reemplazamos a los amigos por una app que nos conteste con palabras amables.
No niego los avances. Que la tecnología haya acelerado procesos laborales es incuestionable: productividad 11 de 10.
Pero en cuanto a lo humano, a lo emocional, a lo vincular… ahí sí que estamos en deuda. La conexión constante nos ha desconectado de lo esencial.
Nos hablamos más, pero nos escuchamos menos.
Compartimos más, pero sentimos menos.
¿Estamos más cerca… o más solos que nunca?
¿Cuánto de lo que hemos ganado vale realmente más que lo que perdimos?
Comentarios
Publicar un comentario